Trazos de un comienzo de residencia
Elección de plaza:
Tras duros meses de estudio, la odisea de la preparación del MIR y la época de descanso e incertidumbre, la fecha de elección de plaza estaba cada vez más cerca. La consulta diaria de los puestos vacantes se convirtió una especie de juego obsesivo y excitante. A esas alturas la especialidad ya me importaba poco. A lo largo de la preparación había estado fluctuado entre especialidades, y al final lo que realmente me importaba era poder ver pacientes y conectar con ellos para ayudarlos lo mejor posible. ¿Conseguiría mi plaza? ¿O me tocaría repetir otra vez el MIR? Con esos pensamientos en mente llegué a Madrid el día de la elección y, tras una vorágine de nervios e ilusión a partes iguales, llegó el momento de escoger. Todo pasó como si de un sueño se tratara, y cuando volví a ser consciente de todo estaba saliendo del edificio del Ministerio de Sanidad, con un papel que decía que ya tenía mi plaza. En Medicina Familiar y Comunitaria. Lloré de la euforia junto a mi familia por ver que tantos meses de esfuerzo y sacrificio, de no hacer otra cosa más que estudiar y dormir, habían merecido la pena.
Primera semana de presentación:
Poco tiempo después, los nuevos “resis” de Familia fuimos convocados en el edificio de Docencia para que nos explicaran todo el funcionamiento de la residencia. Fue un día muy motivador, lleno de caras nuevas con las que sabía que iba a pasar mucho tiempo. Nos presentamos todos uno a uno. Yo estaba vibrante de la emoción, y cuando me tocó a mí salté de mi asiento. El siguiente par de semanas consistió en un gran aluvión de información y cursos, de los cuales creo que la mayoría retuvimos más bien poco. También nos enseñaron las instalaciones de Urgencias del HUVR, un lugar que en un principio nos parecía fuera de nuestro mundo, pero en el que pasaríamos innumerables horas de guardia en los años por venir.
Casi al final de estas semanas de preparación hicimos un pequeño tour por los seis centros de salud que podríamos elegir. Elegí el de Montequinto, pues me gustó mucho su ambiente cercano y familiar. No conocí a la que sería mi tutora hasta la semana siguiente, pero conectamos muy bien. Este año yo soy el único R1 de Montequinto, así que todos me acogieron enseguida. Al poco de empezar fui a la comida de despedida de las dos R4 que terminaban la residencia, y pude conocer a casi todo el personal, así como a los demás “resis” del centro.
Primer día y primera guardia:
Me tocó hacer mi primera guardia en el centro de Salud de San Juan, justo el mismo día que me incorporaba a trabajar en el centro de salud. Era mi “primer-día-para-todo”. Estuve por la mañana con uno de los R4 de mi centro, pero no podía pensar en otra cosa que no fuera la guardia. Me aterraba, principalmente por desconocimiento de lo que me esperaba. A las 5 de la tarde me presenté allí como “el R1 que estaría esa noche de guardia con ellos”. Firmé un papel y me presentaron a la médico que estaba pasando las urgencias en ese momento. Con cara de novato me senté a su lado, y allí estuve toda la guardia con los dos adjuntos. Me tranquilizaron mucho, y me dijeron que no me preocupara por nada, que acababa de empezar y que en ese momento lo que debía hacer era aprender. Mis nervios se aplacaron bastante después de eso, y la guardia fue avanzando. Salí a 3 avisos en ambulancia. Uno de ellos fue lo que parecía un ictus en una señora mayor(que al final por suerte resultó no serlo, pero de eso me enteraría varios meses después al volver a verla completamente recuperada). La situación me impresionó muchísimo. Fue surrealista ver a la señora fuera de sí, a los hijos llorando y abrazándola, como si fuera una mera carcasa de la cual parecía que su madre había escapado para no volver. Volvimos al centro tras derivarla al Hospital, y estuve en consulta hasta la una, cuando ya me dijeron que podía irme a descansar, con la premisa de avisarme si algo ocurría. Pero nada ocurrió, y desperté a la mañana siguiente habiendo sobrevivido a lo que yo pensaba que era una guardia normal. Nada más lejos de la realidad.
Primera guardia del General:
Cuatro días después tenía mi primera guardia en el Hospital General. Pasé muy mala noche pensando en qué me esperaría al día siguiente. Aquello era otro mundo. Entramos los siete “resis” en el box de urgencias, abarrotado como un hormiguero, e hicimos el (ya tradicional para todos, pero no entonces) “reparto de palitos” (es decir, el sorteo de la consulta en la que pasaríamos la guardia). Me tocó en la consulta 4. Entré y me senté con mi adjunto, que me explicó rápidamente el funcionamiento del programa y del orden de prioridad de los pacientes. Y entonces pude observar cómo veía a un paciente tras otro sin parar un solo momento, a un ritmo endiabladamente imposible. Las caras circulaban como en una película acelerada. En unas pocas horas fue mi turno de ver pacientes. Ahora mismo lo recuerdo todo un poco borroso, pero fue duro. En ese momento había estudiado mucho, pero sabía muy poco de la práctica real y del trato con el paciente. Sentía una inseguridad muy grande, pero resistí tan bien como pude. En ese frenetismo llegó la noche, y con ella la hora de “partir”, es decir, de repartir los turnos de trabajo y sueño. A mí me tocó descansar en el primer turno, pero sentía tanta ansiedad y nauseas que pude dormir. Cuando me tocó levantarme para bajar de nuevo deseé que nadie me echara de menos, poder esconderme y nunca volver a ese lugar infernal. Pero me levanté. Por suerte el último tramo pasó como una exhalación gracias a la combinación de cansancio y de buena compañía, y en darme cuenta, la guardia llegó a su fin. Como un zombie me cambié, y salí del hospital. Sentía que algo había cambiado dentro de mí, como si alguna parte interna se hubiera roto. Estaba exhausto, y toda la tensión acumulada se liberó en forma de lágrimas. Lloré en el camino de regreso a casa, en parte por lo traumático de la experiencia, pero también de alegría porque hubiera terminado.
Esta guardia no era más que el principio, pues los Residentes de Familia debemos hacer cinco guardias al mes. Poco a poco fui aprendiendo a afrontar cada vez mejor cada guardia, dividiéndolas mentalmente en tramos, gestionando los tiempos, aprendiendo día a día a tratar mejor a los pacientes, y disfrutando cada vez más de los salientes de guardia. A día de hoy sigo teniendo cierta ansiedad anticipatoria, pero al menos el terror y casi toda la inseguridad han desaparecido.
En el centro de salud pronto me sentí uno más. Los pacientes del cupo me aceptaron bastante bien y se acostumbraron rápido a verme al lado de mi tutora. Pronto aprendí tratamientos, técnicas de entrevista, y enseguida comencé a pasar tramos de la consulta y a rotar por los distintos programas del centro. De momento estoy muy contento con la residencia, y me siento muy afortunado por poder estar donde estoy. Sé que me queda aún muchísimo por aprender y por gestionar, pero creo que voy por el buen camino para convertirme en la mejor versión posible de mí mismo. Dispongo de cuatro años para ello. Espero conseguirlo.